Aquel mes de marzo

Pocas cosas son lo que eran desde que el tiempo comenzó a contar desde cero aquel marzo.

La vida siempre fue frágil pero solo entonces empezamos a recordarlo. El valor de las cosas se olvida fácilmente bajo el polvo de la costumbre y el peso del rutinario hábito de darlas por sentado.

Se necesita ese temblor de tierra, una sacudida de cimientos para volver a recordar…

a quiénes amamos

qué haremos

con el tiempo y la vida

que aún está en nuestras manos.

El miedo vino para quedarse. La mayoría le abrieron la puerta sin miramientos:

no respirar bien es la nueva normalidad

no poder viajar como antes

no poder besar

ni abrazar

como antes

El miedo trae servidumbres que son difíciles de erradicar.

Mientras tanto yo colecciono mis miedos particulares como quien colecciona huesos y recuerdos de otra época. Yo temo que la vida se me vaya demasiado rápido de las manos. Temo que el mundo nunca salga de su estado de shock; el pánico es veneno, el pánico devora rebeliones para adormecer en insípidos sueños de monotonía a las clases medias y a los pobres. Nadie nos va a salvar de esta ni de ninguna pandemia.

Estamos solos, siempre lo estuvimos.

Nos queda… elegir con quién hacer de nuestra soledad

un lugar habitable, otro cuerpo al que aferrarnos en este naufragio;

-seguir a la deriva o tal vez encontrar una isla-

pero vivir, vivir hasta que el tiempo haga de nosotros

un puñado de arena.

© Virginia Marín

6 comentarios en “Aquel mes de marzo

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